Terminamos la temporada pasada proponiendo unas reflexiones
sobre las sensaciones que obtenemos al esquiar, lo que yo llamo chistosamente,
la metafísica del esquí. Decía que, en vez de preocuparse de los aspectos técnicos
de los virajes, es mucho mejor disfrutar de las percepciones que
obtenemos, y que aprovecharnos de ellas puede servirnos para esquiar mejor.
El esquí es un deporte de equilibrio (o, más bien, de desequilibrio)
y a veces nos gustaría encontrar algo de lo que agarrarnos cuando la cosa se
pone fea. Cuando esquiamos se generan una serie de fuerzas externas y es,
precisamente en ellas, donde podemos encontrar ese asidero. Por ejemplo, cuanta
más fuerza centrífuga generemos en la curva (que se consigue con mayor
velocidad, menor radio de giro, más agarre, etc.) más nos podemos inclinar; así,
si queremos más estabilidad, podemos obtenerla mediante la generación
de esa fuerza. Paradójicamente, muchas veces lo que hacemos es todo lo
contrario, y buscamos la estabilidad de manera conservadora, intentando
ir más despacio o creyendo que la vamos a conseguir poniendo una posturita;
pero así lo único que conseguimos es negar el juego en el que pretendemos
involucrarnos: los límites de la física, el juego del deslizamiento, el
desequilibrio.
Al principiante esto puede sonarle sorprendente, pero a
medida que uno va progresando descubre estos secretos del movimiento, o quizás
es al revés: uno progresa justo porque descubre y acepta esa ley
inquebrantable: sin acariciar los límites no hay esquí. ¿No es esto, acaso,
lo que nos permitió recorrer nuestros primeros metros en cuña? Gracias a que
aquel día comprometimos nuestro equilibrio, aprendimos que éramos
capaces de dominarlo. Y lo mismo es aplicable hoy, cuando esquío a sesenta por
hora o cuando bajo por una pala de cuarenta grados.
A lo que voy es a que hay que aceptar el baile y que,
haciendo cualquier deporte, hay que percibir qué pasa en el entorno: sentir.
Curiosamente, en todas las acciones motrices elementales que se llevan a cabo
durante las actividades físicas está implicado el sistema límbico, lo
que los científicos llaman, sugerentemente, el cerebro emotivo. Emociones.
Suena bonito ¿eh?
Carolo © 2002