La gravedad

Hoy le toca a la gravedad, esa fuerza que distingue al esquí alpino como un deporte que se practica “cuesta abajo”. Je. Esa es la premisa para disfrutarlo; hay que ser consciente de que hay que entregarse en sus brazos y que, cualquier cosa que sea no aceptar la gravedad - no saber disfrutar de ella - es negar el deporte en el que pretendemos implicarnos

La gravedad es la principal fuerza que nos confiere aceleración, y conocerla nos permitirá, obviamente, deslizarnos, pero también hará que la dosifiquemos mejor la velocidad, es decir, que aprendamos cómo controlarla mediante las curvas a la vez que disfrutamos de la sensación que obtenemos. 

Quizás lo que mejor distinga a un buen esquiador de uno mediocre es que el malo trata de oponerse a la gravedad, mientras que el bueno se sumerge dentro de ella. El esquiador temeroso frena excesivamente, se acelera, frena otra vez y desciende a trompicones, sin fluidez, mientras el otro ejecuta los virajes de manera uniforme, aprovechando esa gravedad para deslizarse cuesta abajo mientras utiliza otras fuerzas (la centrífuga de la que hablábamos ayer, por ejemplo) para combinarlas en una ecuación difícil de explicar pero sencillísima de sentir mientras hacemos curvas. 

Yéndonos a lo práctico (yo y mi manía de irme por las ramas con la metafísica), si somos principiantes y nos asusta la sensación de la gravedad, no tratemos de oponernos a ella y frenar; intentemos, simplemente “desviarla”. Las curvas están, precisamente, para eso. Aprovechemos la energía de la gravedad y, mediante la acción de los pies y los esquíes, derivémosla pero sin resistirnos a ella, simplemente utilizándola para ayudar a las tablas a avanzar y a girar. Así descubriremos algo sencillo: un esquí que no anda es un esquí que no puede girar fácilmente, al igual que un coche tiene que ponerse en marcha para que podamos mover el volante con menor dificultad. Si pensamos en esto igual dejamos de temer a la gravedad y empezamos a verla como a una aliada

Lo mismo sirve para el experto. Cuando uno está en una de esas palas de hacerse “caquita” en las que la gravedad se nota casi como una succión (ya sabéis, esa sensación de que se te dilata el globo ocular y que se te encoge el cuerpo desde dentro) se le dispara el reflejo de retro-extensión (me acabo de inventar la palabra, je) “tira patrás mozuelo”, te dice una vocecilla interior. Ahí también podemos utilizar la gravedad precisamente como lo que es, como una fuerza que nos sirve para encauzarla convenientemente mediante la acción de los pies y que facilita así la ejecución del viraje. Si, literalmente, la abrazamos, notaremos cómo los esquís cambian de dirección sin dificultad, pero si nos asustamos, no seremos capaces de vencer el peso de nuestro cuerpo sobre las colas de las tablas. 

Y este es el rollete de hoy; precisamente, uno de los encantos del esquí está en que se experimenta una fuerza sin fin que no nos lleva a ningún sitio y, a la vez, precisamente adónde vamos: cuesta abajo. Estará mal que yo lo diga, pero en el libro “Esquiar con los pies” hay un capítulo que se llama, justamente así, “Piensa cuesta abajo”. Je, je. 

¡Buenas huellas! 

Carolo © 2002

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