En las clases particulares ocurre, más veces de lo que
podría pensarse, que el profesor duda de qué va a enseñar a los alumnos. Uno
de los recursos más fáciles consiste, simplemente, en preguntar ¿qué te
gustaría aprender? Esta sencilla averiguación puede ahorrarnos muchos
esfuerzos inútiles y, seguramente, su resultado será que el alumno esté más
motivado durante la clase y satisfecho al final de ella. Eso, claro, si uno es
capaz de enseñarle lo que pide, je.
Un profesor debe adaptarse a su alumno y debe tratar
de satisfacerlo, y eso implica una serie de cuestiones que el profesor nunca
debe pasar por alto. Lo primero es la motivación, palabra mágica pero
bastante ambigua que, muchas veces, no sabemos dónde se esconde. Una forma
sencilla de motivar al alumno es explicarle los fines que perseguimos: los
objetivos de la clase. Perder unos segundos, por ejemplo en el telesilla,
explicando qué vamos a hacer y cómo lo vamos a conseguir, nos
hará luego aprovechar las horas de clase con un pupilo que estará deseoso por recorrer
cada uno de los pasos que le hemos explicado, hasta alcanzar la meta al final
del camino.
Es posible que un alumno esté muy motivado pero que no
perciba sus progresos y caiga en seguida presa de la frustración. Es
preciso hacerle notar que los errores son una parte ineludible de
cualquier proceso de aprendizaje (y de cualquier actividad, incluso cuando la
tenemos dominada) y que estos errores no nos hacen sino aprender más y comprender
mejor los movimientos correctos. Además, hay también que señalar que el
aprendizaje es a medio plazo, y que no deben impacientarse por alcanzar
los logros. Una manera sencilla para señalar los progresos es, como decía
antes, explicar los pasos que vamos a seguir y mostrar objetivamente cuáles
el alumno va superando. Por insignificante que parezca un gesto, puede
ser la llave imprescindible para aprender un nuevo movimiento, y así hay que
indicarlo.
Para motivar a un alumno no hay que mentir, pero en algunos
casos, a pesar de que no se consigan totalmente los objetivos, hay que hacer un
esfuerzo para poner de relevancia los progresos que haya hecho o las
virtudes o las habilidades que haya mostrado. También, en estas ocasiones, se
puede señalar el camino que debería seguir el alumno para seguir
perfeccionando ese gesto, y sugerirle donde debería reforzar o qué
cosas tendría que practicar. En fin, un profesor debe mostrar la realidad con
sinceridad pero poniendo todo su empeño en conseguir los fines de su trabajo.
Esto implica mostrarse ante el alumno, no como un superman, sino como una
persona que va a colaborar con él – y que por ello necesitan mutuamente de su
cooperación - en la consecución de unos objetivos comunes.
Y esto es todo por hoy, aunque contaré una anécdota de
una escuela algo inflexible en la que estuve. Llevaba ya cuatro meses trabajando
y me había ganado el respeto de los compañeros y el director; pero me pusieron
una clase de principiantes por primera vez, y el director no hacía más
que vigilarme. Por la tarde, me llamó a su despacho y me preguntó muy serio:
“¿Por qué no has expulsado a ningún alumno; es que todos eran hábiles?”
(Madre mía, pensé) “No”, le dije, “es que a los menos hábiles
les presté atención hasta que todos estuvieron listos para la clase de mañana”.
¡Ah! Contestó; “Es que aquí a los torpes los mandamos a jugar al tenis”.
Yo creo que, a determinados niveles, el que nos permite, simplemente, disfrutar
una bajada, no hay alumnos torpes y hábiles, sino profesores dispuestos a
encontrar el camino y alumnos motivados para recorrerlo.
Muy buenas huellas
Carolo © 2003