Como os explicábamos en la primera entrega de nuestra visita al ADC (el centro de I+D y competición de Salomon en Annecy), tuvimos el privilegio de asistir a una charla magistral por parte de Jules Mills, uno de los bootfitters más reconocidos en la alta competición. Mills es un veterano con muchos años de experiencia en la Copa del Mundo. Tiene su propio taller en Chamonix, The Boot Room, y trabaja estrechamente con Salomon. Un tipo muy simpático, al que escucharías durante horas y horas.
Mills nos explicó las particularidades de las botas que utilizan los corredores en la alta competición, que poco o nada tienen que ver con las que usamos cualquiera de nosotros. El nivel de personalización se lleva al límite, cuidando el más mínimo detalle para arañar hasta la última centésima al cronómetro.
Cuestión de dureza
La configuración de una bota de competición empieza por la elección de la dureza. Como materia prima se utilizan dos plásticos de distintas densidades, que se combinan en el momento de la fabricación para obtener diferentes firmezas. Según las características físicas del atleta, se elige una carcasa más o menos dura.
Jules nos recuerda que el plástico se vuelve más rígido con el frío, de manera que la mayoría de los corredores suelen tener dos carcasas con plásticos diferentes: más blanda para temperaturas bajas y otra más dura para temperaturas suaves.
En algunos casos disponen de una tercera carcasa, que denominan coloquialmente “Lake Louise”, fabricada con un plástico todavía más blando para compensar las bajísimas temperaturas (hasta -30ºC) que se llegan a registrar durante las competiciones que se celebran en la estación canadiense.
También hay que decidir el tipo de carcasa. Salomon tiene dos opciones: una con el refuerzo de fibra Coreframe y otra sin. La diferencia entre ellas es que la primera es más reactiva y proporciona una transmisión más directa. Esto es bueno en las disciplinas técnicas, pero para velocidad -supergigante y descenso- es preferible la que no lleva el refuerzo, pues absorbe mejor y tiene un tacto más tolerante a velocidad elevada, facilitando un deslizamiento más fluido. Milles comenta que Marta Bassino utiliza la segunda, mientras que Marco Odermatt prefiere la primera, a pesar de destacar también como velocista. Nos explica que utilizan varias carcasas a lo largo de la temporada: Bassino, por ejemplo, emplea hasta 15. El caso de Kristoffersen es más llamativo, llegando a las 30. En el extremo opuesto está Odermatt, que “solo” necesita 4 carcasas y dos botines en una temporada.
La precisión lo es todo
Una vez decidida la dureza y el tipo de carcasa, toca elegir la talla. En competición se suele llevar una e incluso dos tallas menos (sí, habéis leído bien). ¿El motivo? Reducir el volumen para conseguir la transmisión más directa y precisa posible; y eso que partimos de hormas ya de por sí muy estrechas (92 mm -la bota comercial más vendida es la de 100 mm-). ¿Y cómo entra el pie en una bota tan estrecha y dos tallas pequeña? Pues deformando la carcasa por delante, para “hacer sitio” a los dedos…
Lo mismo ocurre con los botines. Se busca que tengan el mínimo grosor, para acercar todo lo posible el pie a la carcasa.
El botín es un asunto muy personal y se pueden ver diferentes configuraciones según los gustos de cada atleta. Aproximadamente un 50% de los corredores emplean el botín standard y el otro 50% prefieren el de inyección de foam (es el caso del francés Víctor Muffat-Jeandet -Jules está trabajando en este momento en sus botas-, que tiene un pie muy estrecho y con poco volumen).
Mayoritariamente utilizan plantilla personalizada, normalmente de la marca SIDAS, pero hay quien prefiere la de origen, mucho más sencilla e incluso algún corredor no utiliza plantilla.
Milles nos explica el caso extremo de Bode Miller, el talentoso y excéntrico esquiador norteamericano: no sólo no utilizaba plantilla, sino que ¡no llevaba calcetines!
Correcciones técnicas
Volviendo a la carcasa, una vez definida la dureza, tipo y talla se trabaja en su configuración, empezando por la suela.
Se utilizan lifters, unas alzas que elevan la bota, con una doble función: por un lado, evitar que la bota roce con la nieve en inclinaciones pronunciadas. Y por otro, ajustar el canting, utilizando lifters con ángulo. De este modo se trabaja de dos maneras: con el apoyo de la bota en el suelo y también con el clásico del ángulo lateral de la caña.
Según la disciplina se prioriza el apoyo completamente plano (en las de velocidad, para mejorar el deslizamiento) o una toma del canto interior más acentuada, sobre todo en slalom.
Es un trabajo de alta precisión, hasta el punto de que lo primero que se hace antes de colocar los lifters es rectificar la base de la bota, para que quede completamente plana. Todo el proceso se verifica mediante un programa de visionado que analiza digitalmente la alineación de la bota.
Tras montar los lifters se deben rebajar la puntera y la talonera para recuperar el grosor DIN de ajuste con la fijación. Y siempre habrá que respetar la altura interior de 43 mm entre el talón y la base de la bota que marca el reglamento de la FIS. Cuando se supera esta medida, lo que se hace es rebajar el interior de la bota.
El asunto del canting se lleva al extremo de utilizar ángulos distintos en función de la pista y las condiciones de nieve. Lasse Kjus solía reconocer con unas botas y, según las características del trazado, las cambiaba por otras con un ángulo de canting diferente.
También se configura la posición del esquiador en la bota, con cuñas en la parte posterior de la caña y modificando el apoyo del pie (el llamado ángulo de rampa). Jules nos explica que, por ejemplo, con una pisada más plana -rebajando la altura del talón- se favorece una posición de la cadera más adelantada. ¡Sutilezas de la alta competición!
Botas cómodas… con los ganchos abiertos
A partir de aquí hay un minucioso trabajo de personalización, rebajando material allá donde la solidez estructural de la carcasa no se ve afectada (prohibido tocar el lateral del interior de la bota, una zona vital en la transmisión) o deformando mediante calor los puntos donde sea necesario: maléolos, empeine, metatarsos… Estamos hablando de carcasas muy rígidas, gruesas y con una dureza de plástico elevada, lo que obliga a calentarlas con una pistola de calor a 450ºC. Y para fijar la deformación, posteriormente se introducen en una cámara a -20ºC entre 4 y 6 horas. ¡El termoformado de una bota comercial apenas dura unos minutos!
A pesar de todo este trabajo, pensemos que son botas concebidas para ser, ante todo, precisas. Están pensadas para que sean “cómodas” con los ganchos abiertos; el corredor se las cierra poco antes de situarse en el portillón de salida y debe soportarlas a la máxima presión sólo durante el tiempo que dura la bajada. Así que lo de “cómodas” es bastante relativo.
La fase final es el ensamblaje: los ganchos, el strap e incluso el adaptador que exige la FIS en una de las botas, donde se coloca el GPS que mide los parámetros de la bajada del corredor.
Así es una bota de Copa del Mundo. Con cuatro ganchos, como las que usamos los humanos.
Pero aquí se acaban las similitudes.