Escribía hace 6 años que el skimo me estaba dando algo que vamos perdiendo a medida que cumplimos años, el subidón de las primeras veces. A día de hoy tengo que reconocer que cada vez me atrae más la idea de subir haciendo esquí de travesía a picos aún desconocidos para mí, solo por el hecho de llegar hasta allí y disfrutar de la subida tanto como de la bajada.
Mi evolución en el skimo ha sido muy paulatina, algunas temporadas con más salidas, y otras con alguna aventura suelta. Os dejo el vídeo para que lo veáis y luego os cuento unas reflexiones.
Si hace 10 años me hubieran dicho que disfrutaría del esquí de travesía, probablemente me habría reído. Mi lista para una día perfecto de esquí era: nieve polvo sin tocar, mucha inclinación, velocidad, y bajar, siempre bajar. La subida era un trámite, un sufrimiento necesario para alcanzar la recompensa de una buena bajada.
Pero las cosas cambian, a veces de maneras que no esperas. Empecé en el esquí de travesía casi por casualidad, como una forma de acceder a zonas que siempre había querido esquiar. Pero, con el tiempo, se convirtió en algo más.
El esquí de montaña no solo me ha cambiado como esquiador, sino como amante de la montaña. Antes veía las cimas como destinos, pero ahora entiendo que cada paso tiene su propia belleza. Camino, antes que destino que dirían los fans de Sanderson. En la subida, todo se ralentiza: el crujir de la nieve, la sensación del aire en la cara, el control de la respiración. Es un momento para conectar contigo mismo, con la montaña y con el entorno.
He aprendido que no todo tiene que ser velocidad y sensaciones fuertes. A veces, lo más importante es simplemente estar ahí, observar, disfrutar del momento y sentirte pequeño frente a algo tan grande. Esa perspectiva, de alguna manera, se ha trasladado a otros aspectos de mi vida. Hoy soy capaz de disfrutar de un paseo por el parque de manera genuína, será que me hago mayor.
Por el camino he cometido errores, he pasado frío, la he liado con el material. He subido con más peso del necesario muchas veces. Me pondría filosófico y diría que de ahí también puedes sacar lecciones: llevar contigo solo lo necesario y librarse de lo superfluo, pero no es mi estilo. A veces, simplemente, los errores son errores. Aunque eso también es aprendizaje.
Hoy miro hacia atrás y me doy cuenta de cuánto he evolucionado, no solo en el equipo que uso o las técnicas que he aprendido, sino en cómo valoro cada experiencia en la montaña. Hay incontables días de esquí en estación que he olvidado, pero de momento recuerdo todas y cada una de mis salidas de skimo.
Si estás pensando en empezar con el esquí de travesía, te aviso: puede que al principio sea más duro de lo que esperas. Pero, si le das una oportunidad, te aseguro que descubrirás una forma completamente nueva de disfrutar de la montaña, más pausada, más reflexiva y, en mi caso, incluso más satisfactoria.
¿Y tú? ¿Has sentido alguna vez que una actividad te ha cambiado más allá de lo técnico?