La cosa es que el día que escribí mi última entrada en el blog dije que en breve os contaría cómo había sido el último día de esquí. El que pensaba que sería el último día de esquí de la temporada. El 12 de abril, domingo.
Me levanté a la hora habitual, quería esquiar con nieve durita. Me gusta. Más que gustarme me motiva. La nieve dura es una buenísima maestra de esquí, te enseña mucho. Entre la nieve dura y la nieve polvo, aunque más la nieve húmeda, te puedes llevar unas cuantas clases de esquí gratis, si les haces caso, claro. A menudo nos dedicamos a quejarnos, cuando en verdad deberíamos estar agradecidos.
Muy poca gente en la estación, en GrandValira. Algunos clubs aprovechando los últimos días con niños, bastante buen nivel de los esquiadores a primera hora.
Dos cosas me llamaron la atención nada más comenzar la mañana. A pocos metros de mí una niña se dio un galletón impresionante, tremendo, saltaron sus dos esquís que se fueron pista abajo. Me quedé mirando dispuesto a ayudarla, pero se levantó, se puso sobre sus botas y bajó “boteando”, porque si no llevaba esquís no podía esquiar, hasta que alcanzó sus esquís y se los calzó. Entonces me acerqué y le pregunté la edad. Quería saberlo: once años. Otras veces había visto a gente “esquiar” con las botas, pero nunca a nadie tan pequeño ni hacerlo tan bien. Tremendo ejercicio de centralidad.
Un poco más adelante, en la pista y en el tiempo, me fijo en un entrenador esquiando fino fino, (fino filipino como se dice ahora), tras una cría y delante de un chico. Parece que van despacio por la suavidad con que se mueven, pero de repente se cae (sin motivo aparente) y salen volando los dos esquís y los dos bastones, de nuevo se da una galleta tremenda, y eso que parecía que iban despacio.
Todo esto me hace pensar en esquiar tranquilo, la nieve está más dura de lo que pensaba. Llevo bien los cantos y los esquís son adecuados, pero hay que ir despacito.
Poquísima gente en pistas. Hay veces que no hay nadie. Se puede disfrutar mucho con el material adecuado y con cuidado.
Al poco comienza a transformar y ya sabéis qué pasa: empieza el festival. ¡Qué bonita es la primavera! Poquísima gente en pistas, solazo, nieve mucho más que suficiente y esa hora mágica que te hace sentir grande. Va a ser mi último día de esquí, y quiero disfrutarlo. Una mezcla de alegría y de tristeza se mezclan con mi efusividad y subidón de adrenalina. Con esa nieve puedes hacer casi lo que quieres. Cada poco rato paro para mirar a mi alrededor, me sorprende la poca gente que hay pese a la hora que es, la mañana va pasando y no se llenan las pistas. Mejor.
Cambio de esquís, vamos a buscar algo para ir mejor en la nieve transformada. Arriba todavía aguanta, pero en las zonas bajas se está poniendo bastante pesada. Como sospechaba, poca gente en el aparcamiento.
Unas cuantas bajadas más y llega la hora. Tengo que decidir si aprovechar mientras la nieve aguanta para hacer la última bajada de la temporada o quedarme a comer y aprovechar hasta el final, aunque la nieve no esté tan buena podría ser bueno quedarse hasta el final, hasta que ya no se pueda.
Me voy.
Prefiero quedarme con buen sabor de boca, la nieve arriba está genial, en la zona media está poniéndose pesada y abajo ya está mal. Hago una bajada de arriba a abajo y lo dejo. Qué pena.
Mientras saco el equipo del coche decido llevar las botas a casa, y los palos. Es posible que este verano esquíe algún día en Xanadú, hay por ahí un proyecto pendiente…
Adiós, hasta la temporada que viene. Aunque yo seguiré aquí, y todo el que quiera conmigo.
Y me voy a casa. Por el camino pienso en infinidad de momentos vividos esta temporada. Ha sido un invierno buenísimo, he crecido como esquiador, me voy recuperando de la lesión, he conocido a gente nueva, sensaciones nuevas, mi esquí ha mejorado, he disfrutado de bastantes días, ¿qué más se puede pedir?
Una mas. Se puede pedir una más.
Bonus.
A lo largo de la semana se ha ido montando un test, los habituales del test de material sabéis de qué hablo. Al final se suspende por falta de nieve. ¡Lástima!.
Peeeeero, no me puedo aguantar, envío un mensaje privado a Quim Frigola, que conoce perfectamente las estaciones que quedan abiertas y hablamos un buen rato. Mi pregunta más directa es: ¿se puede esquiar aunque sea de 9 a 12? Sí, se puede. A no ser que se pase toda la noche lloviendo sí se puede. Subidón de adrenalina de nuevo y empieza toda la locura. En esos momentos te vuelves rápido, todo lo perezoso que puedas ser para otras cosas se transforman en energía pura. ¿Ropa? Sí, me había bajado hace semanas una ropa para lavar. ¿Botas? Sí, ¿Palos? Sí. Casco, guantes, gafas. Todo Ok.
¿Esquís?
¡Esquís sí! Esta semana, mientras yo estaba fuera, han llegado unos esquís a casa. Boreas. Otro día contaré la historia de boreas, pero lo que nos ocupa ahora es que los esquís me llegaron desde Pamplona el jueves, y con el ajetreo de la semana fuera y la locura del poder volver a esquiar los tenía olvidados.
Madrugo el sábado y salgo rumbo a Masella. Hace mucho que no voy, quiero llegar allí por la Collada de Toses, hace tantos años que no la hago…
No llego a mala hora, a pesar de que me hubiera gustado llegar antes para encontrarme desde un principio con Frigola, hablar de esquís con él y esquiar a su lado es no dejar de aprender.
En el aparcamiento somos cuatro, pregunto a un chico por las taquillas y me indica muy amable, me fijo que lleva unos Kustom y nos ponemos a hablar de sus esquís, resulta que es amigo de Tato Peinado, nos emplazamos para vernos arriba esquiando.
Pago mi forfait (error).
Subo y me hago una idea de lo que tengo por delante: poca gente, muchísimo nivel en pistas, nieve muy dura, esquís tremendos en los pies, bastantes ganas de esquiar y muchas de m*ar, perdón, de ir al lavabo. No hay. Tengo que bajar a no sé dónde. Bajo y mejora mi calidad de vida en un instante, pero he perdido tiempo de esquí.
La nieve está dura, pero más que aceptable. Los esquís son unos pepinos tremendos que se agarran como si no se fueran a soltar nunca. Desde luego su límite está muy por encima del mío. Sigo disfrutando y me fijo en un tipo que me resulta conocido. Al hacerle un gesto responde: es Jaros, bloguero de Nevasport, todos lo conocéis. Ahí está el tío, hecho un pincel, con todo a la última. Me invita a esquiar con su grupo: olasnieve, también bloguero, Soto, que es forero y Cesc, el chico de los Kustom amigo de Tato. Total, que en la estación somos cuatro gatos y nos conocemos los cinco. Nevasport es un pañuelo.
Nos saludamos, nos contamos un poco nuestra vida y damos por empezada la última Quedada de Nevasport en la presente temporada.
Estos tíos esquían de piiiiiiiita madre. Y conocen la estación como si fuera su casa, pero encima son unos locos del material, así que no se me ocurre mejor manera de terminar la temporada que con ellos. Cambiamos de esquís, probamos, disfrutamos de las últimas bajadas y di por terminada la temporada en el mejor de los escenarios posibles.
A los compañeros blogueros y foreros ya les di las gracias por su compañía y por hacerme pasar una muy buena mañana, pero quiero agradecer especialmente a Masella el que mantuviera la estación abierta tanto como pudo. Y además, te ofrece la posibilidad de esquiar gratis si vas acompañado de un habitual con forfait de temporada. Cosa que yo no sabía, pero es de agradecer igualmente.
