Hay nevadas que disfrutamos pero que no quedan en las memorias y otras que se convierten en míticas. Es el caso de la nevada que cayó la semana pasada en el Pirineo. Cuando ya estábamos desesperados por la falta de nieve, vino un frente que dejó más de un metro de nieve polvo en todo el Pirineo. A nosotros la nevada nos pilló en Grandvalira. Lo que fue una suerte, pues casi todas las otras estaciones pirenaicas habían cerrado por viento.
A principios de enero, hace apenas diez días, en muchas estaciones francesas del Pirineo, los remontes estaban abiertos para las bicicletas de montaña. En Baqueira-Beret transportaban la nieve con camiones y helicóptero. En Andorra, Grandvalira y Vallnord tenían únicamente abiertos los sectores más altos. Mientras que las estaciones de Levante como Cerler, La Masella y Boï-Taüll conseguían atraer esquiadores con unos gruesos de nieve muy por debajo de las normas. Hacía más de un mes que no nevaba en toda la cadena montañosa, debido a un anticiclón que estacionaba sobre el centro de Europa, impidiendo la entrada de las tormentas del Atlántico. Este panorama era realmente hostil a la práctica del esquí.
Sin embargo, el anticiclón responsable de nuestra desgracia se retiró, haciendo que durante una semana entrasen pequeñas tormentas sucesivas que dejaron más de un metro de nieve en nuestras estaciones de montaña. De repente, los prados de hierba marrón se cubrieron de un manto blanco y se transformaron en pistas de esquí, las estaciones dejaron de producir nieve de cultivo para mover nieve natural, la montaña volvía a mostrar un rostro invernal y las sonrisas iluminaban las caras de los esquiadores, hasta que por fin cayó la gorda, medio metro de nieve en una sola noche que se sumaba al metro ya caído. ¡Definitivamente el panorama había cambiado!
A nosotros, mi amigo Rubén Blanco y vuestro servidor, la nevada nos pilló de camino a Andorra, siendo una de las zonas que más nieve había cumulado en el Pirineo, hasta 170 centímetros en ciertas laderas. En las noticias decían que hacía unos 13 años que no se recordaba tal nevada. Las carreteras eran un verdadero caos. Coches mal equipados en la cuneta y conductores inconscientes accidentados eran legión. A pesar de llevar 4 neumáticos de contacto temía no llegar a nuestro destino, pues por momentos la carretera desaparecía bajo la nieve y la red vial parecía un territorio sin ley en él que cada uno sobrevivía como podía. A la noche, tras sortear todo tipo de peligros, llegamos a nuestro punto de destino en Canillo, en el Hotel Ski Plaza. Las carreteras estaban tan nevadas que no quedaban plazas de parking cubiertas en todo el pueblo. Así que tuvimos que sacar las palas y desenterrar lo que suponíamos que era una plaza de parking, para estacionar el coche durante la noche.
Tras una noche cómoda y caliente, nos levantamos decididos en llegar hasta la base de El Tarter en Grandvalira, conscientes de que posiblemente la estación no abriese, debido a la previsión de fuertes rachas de viento. Tras desenterrar por enésima vez el coche, nos dirigimos al parking de la estación y su flamante edificio nuevo de acogida en él que nos informaron de que la estación abriría las partes bajas y que debíamos tan solo esperar una hora a que los trabajadores liberasen los accesos a los esquiadores. Mientras esperábamos dócilmente a que la telecabina abriese, nos encontramos con nuestro amigo Joaquín Vena que también vino a disfrutar de la nevada. En cuanto la telecabina se puso en funcionamiento, nos subimos decididos a esquiar nuestra primera gran nevada de la temporada.
Como siempre, en estos casos, hay que seguir al local. Pues dejamos que Joaquín nos guiara por la estación. Empezamos por el clásico corredor del telesilla que abrimos y nos fuimos desplazando por los claros de bosque hasta la zona de Soldeu. Realmente disfrutamos de un gran día de esquí, en él que a pesar de llevar unos esquíes de 100mm de patín, añoré no tener bajo mis pies unos esquís más amplios aún. Me costó seguir a las dos máquinas del powder que son Joaquin y Ruben, echando el aliento entre cada giro de polvo como un nadador que saca la cabeza para respirar en el agua.
La nieve no dejó de caer en todo el día y cuando ya mis piernas no daban más de sí, nos paramos a comer en el restaurante del Llop Gris, a pie de pistas de El Tarter, donde el cocinero nos agasajó con una exquisita hamburguesa casera, la cual era totalmente natural, pues hasta el pan había sido cocido la mañana misma. Con las piernas ligeras del polvo que habíamos esquiado, los ojos brillantes de destellos en forma de copos de nieve y el estómago saciado nos volvimos al hotel, esperando al día siguiente para esquiar otra vez en esa abundante primera nevada de la temporada. Pero eso es otra historia que os contaremos otra vez…