Hace muchos años, cuando todavía era un joven periodista y a penas empezaba en el mundo del esquí, tuve la oportunidad de entrevistar a una de las mayores eminencia sobre avalanchas de Europa. Tuvimos una discusión muy interesante y aprendí mucho de esa entrevista que acabó como una transmisión de conocimientos entre un maestro y su discípulo. Aún así recordaré siempre una de las frases que me dijo y que marcaría el resto de mi vida de esquiador: “Si quieres entender la montaña invernal, tienes que recorrerla todo el año”
Es impresionante como esa simple frase transformó completamente mi forma de entender la montaña. Hasta ese día, solo era un esquiador que intentaba disfrutar al máximo de la montaña invernal, sin entender demasiado el medio hacia el que evolucionaba. Con esa simple frase entendí uno de los fundamentos esenciales del montañismo, siendo que la montaña nos habla y nos enseña constantemente. Pues, tan solo, tenemos que aprender a escucharla y aprender de ella.
A lo mejor os parezca un concepto abstracto, quizás también penséis que me he comido alguna seta “en mal estado” o -peor aún- os suene a secta ecológica y que voy por ahí abrazando arboles para que me cuenten la historia de la humanidad. Pero no hay concepto más simple que él que os comunico aquí. Es tan evidente de entender como el hecho de que la avalanchas dejan rastros en el suelo y en los arboles. Por lo que si aprendéis a reconocerlos seréis capaces de saber cuales son los terrenos por donde bajan avalanchas y cual es su periodicidad. Solo os hace falta recorrer la montaña durante las temporadas en las que no hay nieve para ver los rastros que ésta ha dejado tras su paso.
Ahora vamos a profundizar un poco más. Lo primero que hay que aprender a observar es el tipo de suelo y de vegetación. Pues las avalanchas dejan diferentes marcas. Por ejemplo, en las praderas las avalanchas arrancan grandes placas de hierba que desplazan más abajo. También, en los bosques, veremos amplios corredores formados por las avalanchas. Pero para saber cual es su periodicidad, tenemos que observar los arboles. Otro ejemplo, si hay arboles partidos, arrancados o ramas rotas que muestren eventos recientes (¡pueden ser tormentas o avalanchas!). El tipo de arboles también es revelador. Pinos y abetos indican que hace mucho que no pasan grandes avalanchas por ahí. Al contrario, los abedules son arboles precursores, siendo los primeros en crecer después de un cambio súbito, como un desprendimiento de tierra o una avalancha de grandes dimensiones. También los conos de deyección en las partes bajas de los valles nos enseñan en verano cantidad de detritus expulsados por las avalanchas más recientes y periódicas.
Este articulo no tiene vocación de aprendizaje y no pretendo hacer aquí un curso sobre lectura de terreno en montaña, solo intento explicar cual es la importancia de recorrer la montaña todo el año. En particular las zonas en las que esquiamos a menudo. Si estamos atentos y que observamos un poco nuestro entorno, entonces veremos como aparecen ante nuestros ojos muchos indicios reveladores sobre la estabilidad del terreno y la periodicidad de las avalanchas durante la temporada invernal.
Para ilustrar este reportaje, he compartido con vosotros un excursión al Aneto, culminando a 3404m. La razón por la que uso estas fotos para ilustrar este reportaje es que los circos glaciares son un excelente terreno de aprendizaje para ver las marcas que el hielo y la nieve dejan en el suelo. Gracias a estos gigantes dormidos podemos empezar a leer el terreno, aunque por supuesto éstos nos indican una lectura mucho más amplia y antigua que nos traslada hasta la mismísima formación de nuestra cadena montañosa. ¡Así que para empezar a leer la montaña, qué mejor ejemplo que nuestra montaña más emblemática: el Aneto!
Aunque también indica eventos más recientes, la lectura de un glaciar es más grandiosa y espectacular. En este contexto, creo que es más interesante estar atentos en conceptos más generales, como las zonas de cúmulo, los diferentes tipos de morenas, los lagos glaciares y ríos subglaciares que nos muestran la formación más amplia de nuestra orografía pirenaica. Por desgracia, las rimayas y los seracs -que tantos accidentes mortales han provocado durante la gran epopeya de la exploración del Pirineo- ya han desaparecido completamente debido al cambio climático. Hoy en día, tanto el Aneto como las Maladetas no son más que un gran campo de hielo y el único glaciar del Pirineo que aún ofrece un resquicio de estos componentes es el Vignemal, en la vertiente francesa.
Una vez más, no puedo hacer otra cosa que recomendar que recorráis las montañas para aprender de ellas, tanto su historia antigua como reciente. Es importante caminar en primavera, en verano y en otoño por los lugares en los esquiamos para entender mejor el comportamiento de la nieve y saber cuales son las zonas de mayor riesgo durante nuestras excursiones invernales. Recordar siempre que por muy peligrosa que sea la montaña, ella siempre nos avisa con antelación. Solo debemos aprender a escucharla.