A menudo, cuando hablo acerca de
las tendencias modernas en la práctica deportiva, insinúo que en busca del
show por encima de todo, se olvida la consecución de metas y el rebasar
hitos, que es el verdadero espíritu del deporte. Para bien o para mal esto
es así y, en lo bueno, poner énfasis en el espectáculo atrae patrocinadores
que financian los eventos deportivos y que permiten la subsistencia de los
mismos.
Pero esto hace correr un riesgo, y es olvidar que el
deporte es una representación de hasta dónde se puede llegar mediante el
esfuerzo: más lejos, más alto, más rápido... todo ello requiere, no sólo de
talento, sino también de trabajo duro y concentrado. Por eso,
cuando los alumnos que tienen un cierto nivel me dicen que quieren progresar, lo
primero que les pregunto es ¿estás dispuesto a sacrificarte por ello?
Cuando uno es ya un buen esquiador resulta
extraordinariamente difícil progresar, porque el nivel deportivo es el
resultado de una ponderada asociación entre la técnica, el cuerpo y la
mente, y desarrollar las tres cosas no está al alcance de cualquiera, pues
requiere de determinación, de la dirección de un buen maestro pero, sobretodo,
de uno de los bienes más escasos: el tiempo. Mucho tiempo para entrenar,
muco tiempo para pensar, para practicar, para equivocarse... y hacer todo eso
con un objetivo claro.
Yendo a lo práctico, lo primero que tenemos que hacer si
queremos esquiar mejor es tener una buena condición física, al menos, una
buena relación peso – potencia. No es posible bajar bien una pista de
baches helados o aguantar un viraje de Gigante a ochenta por hora si nuestros músculos
no están preparados para ello. Los entrenadores dicen que el resultado de una
bajada es un 70% de condición física (los preparadores físicos dicen que es
un 90%, je, pero en cualquier caso, está claro que si Herman Maier tiene esos
jamones debe ser porque le sirven para algo). Pero la condición física no es sólo
la fuerza, sino que también es equilibrio, flexibilidad, coordinación,
resistencia.... todo ello tendremos que entrenarlo de manera general en
verano y, si es posible, de forma específica para preparar la temporada.
Luego está la cuestión mental. Normalmente, a medida
que mejoramos nuestra condición física aumentamos también nuestra autoconfianza,
pero la mejor manera de entrenar nuestra actitud mental es la propia práctica
del esquí de una manera positiva: pensando que los errores son inevitables,
que nos ayudan a progresar, y siendo conscientes de que, por pequeños que
parezcan nuestros logros, siempre se trata de pasos adelante, de los peldaños
de una escalera al final de la cual alcanzamos el nivel que pretendemos.
Finalmente está la técnica, ésa que la gente cree ser
la más importante y la que determina el nivel de esquí y que, en realidad, es
la menos relevante y la más sencilla de adquirir. Lo que pasa es que, la mayoría
de las veces, existen barreras físicas o mentales que nos impiden
asimilar la técnica y nos hacen creer que es difícil o compleja. Nada más
lejos de la realidad si está bien explicada y de manera sencilla por un buen
profesor.
Llegados a cierto nivel, progresar es un trabajo arduo y
en el que hay que ser perseverante. También es un trabajo en el que hay que
poner la cabeza de manera inteligente, con metas claras y, sobretodo, realistas.
Tan fuera de la realidad está el que quiera correr la Copa del Mundo su primer
año, como el que cree tener la certeza de que ya no puede progresar más: por
insignificante que sea un paso adelante, siempre es un paso adelante, y la suma
de muchos pasitos minúsculos se termina convirtiendo en una conquista.
Pero lo mejor de todo esto es que el que sea un trabajo
duro no quiere decir que lo sea también desagradable, porque todo sabemos que
progresar, aprender a esquiar es, por encima de todo, un camino lleno de grandes
satisfacciones que merece la pena recorrer desde el primer hasta el último
paso.
¡Buenas huellas!
Carolo © 2002