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fugitibo
Ayer se me hizo tarde en la oficina, tengo un becario que el pobre, pese a ser doble licenciado en ingeniería mecánica e industrial, no se aclara ni con la fotocopiadora. Así que ahí me tiene, echándole una mano en todo. Os cuento brevemente lo que me ocurrió la primera vez que viajé a los Alpes...
Algunas noches aun me despierto sudando frío y desubicado, aunque a la postre aliviado puesto que me encuentro en mi cama junto a mi esposa, al despertarme repentinamente del recurrente sueño en que se convirtió un puente de San José en los Tres Valles.
Era 1994 y mi actual mujer y yo simplemente eramos amigos. Yo entonces viajaba con Marisa, por aquel entonces mi pareja sentimental, y mi mujer lo hacía con Eduardo, el ahora marido de Marisa y que entonces no era más que un amigo de mi mujer, Noelia. Escasos días antes de partir había superado el examen de conducir y era el primer viaje en coche que hacíamos con los amigos. De alguna forma que no recuerdo pero que seguramente sería muy meritoria, colocamos los trastos de los 4, esquíes incluidos, en un Opel Corsa y emprendimos el viaje hacia los Alpes franceses. Por si alguien lo duda también logramos introducirnos en el vehículo los 4 viajeros. El viaje fue lento pero muy ameno, teníamos la ilusión de unos niños y un coche que no pasaba de 90 km/h. Tras 14 horas de viaje llegamos a Courchevel, al hotel Montpensier, que a día de hoy creo que ha cambiado de nombre y probablemente de propietarios, tal vez de aspecto. Era noche cerrada y tras sacar, en ocasiones necesitando una palanca, los trastos del coche, cada uno nos acomodamos en nuestras habitaciones. Eduardo y Noelia dormían en una habitación mientras que Marisa y yo lo hacíamos en otra, en la que también dormíamos. La noche fue larga. Por una parte la sensación de no haber visto, debido a la nocturnidad de la llegada, las montañas que nos rodeaban y cual sería su estado me producía un estado de nerviosismo muy alto, más habiendo visto escasas manchas de nieve en las calles de Courchevel. Por otra parte, Marisa y yo estábamos solos en una habitación, sabéis, aquello era mucho más cómodo que el Opel Corsa, aunque algo menos amplia. Los franceses y sus zulos.
El amanecer nos descubrió unas montañas enormes, cargadas de nieve, y un día radiante que nos hizo levantarnos de la cama sin apenas pensar en tener otro tórrido encuentro sexual. Desayunamos rápido y llenamos nuestras mochilas con pan, curasanes, embutido y mantequilla que serían nuestra comida y si no nos fallaban los cálculos también merienda y cena. En nada estábamos plantados ante el telesilla que aun tardaría 45 minutos en abrir, tal vez nos habíamos precipitado. Una hora más tarde disfrutábamos de las laderas alpinas y en cada parada, sobre todo al principio, lo comparábamos, entre risas, con nuestra habitual Navacerrada. El día fue tremendo: no descansamos ni un minuto hasta el cierre, comimos en los telesillas, el pan se había mantenido muy bueno pese al frío, y la nieve era una delicia, esparcida por unas montañas que no parecían terminarse nunca. Cogimos la última silla que nos dejaba arriba y descansamos varios minutos sentados, callados, observando la inmensidad de la cordillera hasta que amablemente, o quizás no tan amablemente porque no teníamos ni papa de francés, un pisapistas nos invitó a largarnos de allí. Bajamos del tirón y llegamos casi a la puerta del hotel con los esquís puestos.
El día había sido maravilloso y la posterior ducha acababa de rematarlo.Tras la ducha, habíamos quedado para tomar unas cervezas pero los habituales 5 minutos de reposo en la cama se convirtieron en una siesta de más de una hora. Con los años este despiste se ha convertido en una de las mejores costumbres de nuestros viajes de nieve, de los de Noelia y mío, no con Marisa. Algo aturdidos bajamos Marisa y yo a toda prisa puesto que Noelia y Eduardo debían haber estado esperándonos. Entramos a la cafetería del mismo hotel y allí estaban, entre risas y cervezas. Nos unimos a ellos y pedimos otras dos cervezas, recuerdo que nos sirvieron dos tercios de una magnífica marca de nombre Rochefort.
Mientras escribo pienso que, a mis casi 40 años, cuando algo va tan bien tiene que explotar por alguna parte. Con 19 años recién cumplidos pensaba que los planes pueden salir a la perfección sin que nada lo estropee. Qué error. Seguimos tomando cervezas y puesto que se nos habían acabado el pan y los curasanes de la mañana decidimos que debíamos cenar en algún sitio y porque no hacerlo en el restaurante del mismo hotel, nos ofrecían un descuento del 30% por estar alojados allí. Estábamos bajo los efectos del alcohol y queríamos más y más: pedimos vino, champán, caracoles, fondue de queso. Nos animamos de tal manera que hasta pedimos chupitos de bourbon al acabar. Nos habíamos gastado casi todo el dinero que llevábamos pero daba igual. Subimos a la habitación, yo con Marisa, íbamos colocados y nos creíamos Mick Jagger en su segunda gira con los Stones. Marcamos el número 0 en el teléfono y pedimos al servicio de habitaciones una botella de vino tinto. Marisa y yo esperamos al chico del servicio deseosos de hacer el amor, no pudimos reprimirnos y lo hicimos dos veces antes de que apareciese, a los 8 minutos, el empleado del hotel. Entonces era joven y no dominaba el sexo tántrico. Le abrí con la frente ligeramente húmeda de sudor y contemplé, boquiabierto, que traía el tinto en un cubo con hielo. Me apresuré a sacar de mi maleta un termómetro de líquidos que efectivamente confirmo mis temores: el vino tinto estaba a 11ºC. Cualquier hostelero debería saber que pese a ser un vino joven una temperatura de 11ºC es insuficiente para disfrutar de todos los matices del mismo. Me puse muy nervioso, el chico se disculpaba en francés aunque yo no lo entendía, sí algunos de sus gestos y verle de rodillas implorando perdón. Cogí mis trastos y le dije a Marisa que no podía seguir en ese hotel, que nos largábamos. No aceptó mi propuesta y tras discutir con ella también me bajé al coche a dormir, donde pasé el resto de la semana. Esa botella de vino me valió la ruptura con Marisa aunque Noelia entendió perfectamente mis razones y cada una de las siguientes noches bajaba al coche a desearme felices sueños y criticar, a veces incluso esputando de pura rabia, lo frío que nos había servido aquel niñato el vino tinto.
Hoy en día estoy casado con Noelia, una chica un poco maniática con los pequeños detalles pero de las mejores personas que conozco. Sin embargo, fue tan dura aquella experiencia que cuando aun sueño con aquel episodio lo paso fatal. Sólo al despertarme y comprobar que Noelia sigue a mí lado doy las gracias a aquel barbilampiño camarero que cometió un error de magnitud incomparable.
Esta es mi pequeña historia en los Alpes. Cuidado porque no todo es oro lo que reluce.
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pedro maia
Hola Patxi.
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amoodt
Pocas veces había leído una historia tan estúpida a la vez que falsa.
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Dante Argentino
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pedro maia
Hola Patxi.
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amoodt
Pocas veces había leído una historia tan estúpida a la vez que falsa.
Por favor, disfrutemos a este personaje como nos merecemos...
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Dante Argentino
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pedro maia
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amoodt
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xao
en breve te envío un privado para darte
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katxas
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xao
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Ein????
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mazingerZ
"Fugitivo" estaba ocupado?
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