A pesar de que me habían avisado de que podríamos tener problemas yendo al campo base de los picos Comunismo (7.495 m) y Korjenevskaya (7.105 m), ubicados en la cordillera del Pamir, Tajikistan, a mí me atraía más esa idea que la de ir a picos más masificados del Himalaya. Quería descubrir esas montañas, más alejadas y remotas, e intentar su ascenso. Pero quién podría saber que habría tantos problemas que al final ni siquiera me dejarían días de sobra para intentar el Comunismo... Pero todo a su tiempo. Esta es la historia de mi expedición al Pamir.
Era 21 de julio cuando aterrizamos de madrugada en el aeropuerto de Dushanbe, capital de Tajikistan. Tras enormes problemas con el visado, que nos demoraron allí más de dos horas (no olvidar que estas pequeñas repúblicas de Asia central eran no hace muchos años parte de la antigua URSS, y por tanto, tienen una herencia burocrática enorme...), salimos del aeropuerto donde un supuesto contacto de la agencia a la que habíamos pagado todas las gestiones de papeleo y helicóptero (al campo base Moskiva se llega en este transporte) estaría esperándonos. Pero no había nadie. Tan sólo una mujer con un folio lleno de inscripciones en cirílico y rodeada de gente con pinta de alpinistas, a los que nos acercamos y a partir de allí seguimos sin saber mucho de lo que pasaría con nosotros. No hablar ruso en estos países en un verdadero problema, así que sólo quedaba encontrar algún europeo del este que lo hablara y chapurreara inglés para así, a base de traducciones por uno y otro lado, entender al menos la mitad de la película...
Nos llevaron a un piso en construcción a las afueras de Dushanbe a descansar, a unos 20 alpinistas, mientras nos preparaban los transfers para viajar esa noche a Jirgital, base aérea desde la que volaríamos al campo base. Tras un viaje larguísimo de 8 horas, por caminos horribles con corrimientos de ladera y desprendimientos de roca incluidos, llegamos a nuestro destino donde dormimos un poco y nos preparamos para coger nuestro vuelo a la mañana siguiente.
La pista de aterrizaje...
Pero tras esperar unas cuantas horas, supimos que el helicóptero no vendría. Nos dieron excusas para dar y regalar, que si problemas con el piloto, el helicóptero, el queroseno, pero el caso es que estuvimos esperando 4 días a que el maldito helicóptero llegara, 4 días de aclimatación perdidos en un proyecto que ya de por sí iba demasiado justo de tiempo, 4 días sin nada que hacer en Jirgital, donde por otro lado no hay nada que hacer.
(Jirgital visto desde 2.800 m, en un cerro cercano al que subimos para matar el tiempo)
Mientras tanto, la “base aérea” se iba llegando de alpinistas que iban llegando desde Dushanbe, lo que nos hizo entender que los tayikos estaban reuniendo gente para amortizar el viaje de helicóptero. Al final no fue más que eso. Pero nosotros habíamos perdido 4 valiosos días que ya no podríamos recuperar y que, por supuesto, nadie de ninguna agencia nos iba a compensar de ninguna forma. Para empeorar las cosas, mi compañero Antonio sufrió un cólico nefrítico que le complicaría mucho las posibilidades de ascender ya a alguno de los dos sietemiles.
El caso es que al cuarto día de espera llegó el helicóptero, el cual formó un revuelo enorme de niños que corrían para ver el aparato... Debe ser con mucho lo más emocionante que pase en este pueblo.
A la mañana siguiente, se formaron los grupos que volarían, a base de pagar dinero a los organizadores, hablar ruso y mostrar cierta “camaradería”. Yo, en mi condición de español y sin ganas de pagar ni un solo euro, sólo conseguí, a través de un ruso que me traducía, incluirnos en el cuarto vuelo a pesar de ser los primeros que llegamos a Jirgital... Pero al menos volaríamos ese día.
(mis compañeros, Antonio y Manolín)
Tras cargar el helicóptero y montarnos, empezamos el vuelo que nos llevaría por fin al campo base, a través de los valles que ascienden hacia las montañas del Pamir.
Hasta llegar al CB (4.300 m) desde donde el helicóptero volvió a Jirgital y nosotros pudimos contemplar boquiabiertos la enorme mole del Comunismo...
Las fotografías no son capaces de hacer justicia a la presencia física de la montaña, ni a su nivel técnico ni su peligrosidad. Impone mucho cuando la ves por primera vez, la verdad. El resto de la tarde la pasaríamos arreglando una tienda de lona bastante maltrecha que encontramos vacía y descansando el cuerpo de haber subido, en apenas 20 minutos, de 1.800 m a 4.300 m... A ver qué tal pasábamos la noche. Pero para mi sorpresa la pasé muy bien, sin dolor de cabeza ni malestar alguno.
Al día siguiente, en el que también teníamos pensado descansar, Manolín y yo fuimos a explorar un poco las vías del Voroviev (5.691 m) y el Chetyrekh (6.300 m), pues éramos los primeros en llegar y por tanto no había huella alguna ni encontramos referencias por ningún sitio acerca de estas montañas. Para empeorar más si cabe la escasa información que teníamos de cara a la planificación de los ataques a la montaña, el campo base no daba predicciones meteorológicas, por lo que cada vez que subías a un pico ibas sin saber si se iba a meter algún marrón en los próximos días... Nuestro plan era aclimatar en el Voroviev y el Chetyrekh, y después atacar alguno de los dos sietemiles en estilo alpino, ya veríamos cuál.
Así pues, al tercer día, Manolín y yo nos dirigimos a nuestro primer objetivo, el Voroviev. Caminata hacia el C1 (5.100 m).
Al llegar al C1 entró mal tiempo, que nos acompañaría toda la noche y el día siguiente...
A la mañana siguiente seguía nevando, pero tras decidir intentar la cumbre después de horas de espera, a eso de las diez de la mañana salimos dispuestos hacia arriba.
Tras unas duras palas de nieve, alcanzamos la arista cimera desde la que divisamos la punta del Voroviev.
Y cumbre, 5.691 m (no accedimos a la misma punta pues la parte de atrás es una cornisa de nieve).
De vuelta nos fotografiamos los dos en una antecima, con la punta cimera al fondo de la arista y la caída hacia el lado opuesto, en dirección al campo base.
Tras la cumbre, descenso rápido al CB a través de las morrenas del glaciar Valtera.
Tras descansar al día siguiente en el base, decidimos subir los tres hacia el C1 del Chetyrekh (6.300 m), a ver cómo respondía nuestro compañero Antonio. El Chetyrekh visto desde cerca del CB.
Y nos vamos para arriba.
Hasta llegar al C1 (5.100 m), en mitad del glaciar Moskiva, donde pasamos la noche.
Al día siguiente, empezamos a ascender las duras palas de nieve que se dirigen hacia el C2, a casi 6.000 m de altitud.
(el Voroviev)
Y avalanchas por todos lados...
No sabía que pudiera haber tantas avalanchas en las montañas. No os exagero, pero todos los días se escuchaban, incesantes, el rugido de las avalanchas y los desprendimientos de rocas con una frecuencia asombrosa, sin que importara si era de día o de noche. A todas horas, y todos los días. Algo asombroso (e inquietante...).
De camino hacia el C2, unos alpinistas checos nos comentaron que en este campo no había sitio para más tiendas, pues es un campo muy pequeño, por lo que decidimos quedarnos en una pequeña repisa de nieve a 5.500 m, para atacar desde ahí, a la mañana siguiente, la cumbre.
Aquella tarde, mi compañero Antonio no se encontró del todo bien y decidió que no subiría a cima (era arriesgar demasiado). Asimismo, mi otro compañero tampoco quiso hacer cumbre y ambos decidieron que bajarían al base e intentarían coger un helicóptero que les bajara del CB para volver a España. En esas condiciones, me vi solo para intentar la cumbre y regresar por el glaciar, pero ya que estaba allí, debía seguir con mi proceso de aclimatación si quería escalar en estilo alpino alguno de los dos sietemiles. Así pues, a la mañana siguiente, salí decidido para arriba.
Al llegar al C2 (5.900 m), seguí una huella que pensaba que me llevaría a la cima... Y así fue.
Pero me llevó hasta un grupo liderado por un guía del CB, quienes iban con cuerda asegurando los pasos más expuestos, pues las últimas rampas del Chetyrekh tienen mucha pendiente (unos 65/70 grados) y la nieve estaba muy mala. Mucha nieve e inconsistente, de la que cada paso no sabes si te va a aguantar y el piolet entra hasta el puño sin darte ninguna seguridad. Os lo aseguro, una de las escaladas más desconcertantes que he hecho. Y para colmo, escalábamos bajo una cornisa que daba a la cumbre...
Una fotillo en momentos comprometidos, de esas que me gustan...
Cuando el grupo llegó hasta la cornisa (era casi un pequeño serac), montó reunión en el hielo, rompió un poco la parte de arriba, y la escalaron, asegurando después a cada uno mientras superaba el resalte. En ese momento, yo, que iba solo, sin arnés y sin cuerda, me di toda la prisa que puede para llegar hasta ellos y gritarles: “ey, guys, can you help me?” A lo que uno me miró con cara rara desde lo alto del serac, me echó la cuerda, me la enrollé en el brazo izquierdo, y con el piolo en el derecho superé el resalte. Momentos curiosos sabiendo que tienes debajo de ti un patio de más de mil metros de caída hasta el glaciar, y vas a pulso con la cuerda... Pero finalmente, había alcanzado la cumbre del Chetyrekh, a 6.300 m de altitud.
El imponente Korjenevskaya (7.105 m), lo que había decidido que fuera mi siguiente objetivo.
Tras pasar un rato en la cima disfrutando de las vistas (la cumbre es una arista cimera bastante delgada), me acerqué a uno de los del grupo con los que había coincidido y le pregunté que por dónde se bajaba... A lo que me respondió que por el mismo sitio, pero rapelando.
Upsss...
Vaya, pensé, no me digas que no hay otro camino más fácil... Y esas circunstancias, sin arnés y solo, me vi en la delicada tesitura de recorrer la arista cimera, ir a lado opuesto de la pared por la que habíamos subido y, de cara a la pendiente y traveseando en las pocas ocasiones que la nieve no cedía y me dejaba avanzar lateralmente, abrí una larga huella de descenso en aquel enorme embudo de nieve inconsistente. Más de 300 metros de desnivel muy intensos y delicados, en lo que poco a poco y sin perder los nervios, fui acercándome a la base de la pared por donde habíamos empezado el ascenso de la misma. Demasiado riesgo para una montaña que tan sólo me servía para aclimatar, pensé, pero con paciencia todo se hace y al cabo de un tiempo llegué de nuevo al espolón de roca donde coger la huella que me llevara de nuevo a nuestro campo.
Rápidamente inicié el descenso hacia las tiendas, a 5.500 m, por si mis compañeros aún estaban allí. Pero lo único que encontré fue mi chaqueta de gore bajo la cual me habían dejado un depósito con mis cosas...
Tras hacer la mochila y comer y beber un poco, me preparé y bajé de nuevo al glaciar, camino del campo base. Debía darme prisa, pues iban a ser 2.000 metros de desnivel de descenso y además el glaciar es bastante largo. No quería que se me hiciera muy tarde por las morrenas...
Tras meter la pierna en una grieta y salir del apuro rodando por el suelo (sé de sobra que no se deben cruzar glaciares en solitario, pero no me quedó otra. Es una práctica que ni aconsejo ni expongo aquí a modo de ejemplo), llegué a la parte del glaciar en la que este pierde la nieve y tan sólo el hielo sucio y los escombros quedan encima.
(los poderosos contrafuertes del Korjenevskaya, 7.105 m)
Con las últimas luces de la tarde, llegué al fin al CB donde pude descansar aquella noche y despedir a mis compañeros que se iban al día siguiente.
Así pues, me quedé observando la rocosa cara sur del Korjenevskaya, sin saber qué hacer, pues me quedaba solo y tal vez sin muchas opciones de subir a ningún sitio (la cumbre no puede verse desde el C
.
Pero hay que poner al mal tiempo buena cara, y esa noche busqué por el CB algún grupo que quisiera aceptarme... Sabía que una expedición rumana había perdido a uno de sus compañeros, quien había sido evacuado del CB por edema pulmonar, y que ahora eran tres compañeros. Tras hablar con ellos y conocernos en un rato, decidimos escalar juntos el Korjenevskaya en estilo alpino, pues ellos también habían utilizado el Voroviev y Chetyrekh (este último sin hacer cumbre) para aclimatar. Con este sistema, todo el trabajo de aclimatación tan sólo te sirve para eso, pero no para equipar la montaña. El grueso de alpinistas llevaban todo el tiempo montando campos de altura en el Korjenevskaya y bajando a descansar al base, pero yo al menos contaba ya con dos cimas conseguidas, aunque ahora tuviéramos que empezar el ascenso de este sietemil con mochilones de más de 20-25 kilos... Aún así, bajo mi punto de vista, prefiero mucho más el estilo alpino que el de campos, siempre que pueda utilizarse, claro.
Al día siguiente, temprano, nos reunimos en mi tienda para ultimar las cosas, y salimos decididos hacia el C1 avanzado del Korjenevskaya, a 5.300 m. Os dejo aquí, en una foto a una postal que encontré en el base, el esquema de ascenso de este pico.
Cruzando el glaciar Moskiva...
Empezamos a ganar altura por las pedreras.
Hasta que vimos la pared rocosa que tendríamos que escalar...
Tras ella llegamos a un valle glaciar, dominado desde abajo por la le lengua del mismo desde la que caen sin cesar rocas. Este valle hay que cruzarlo con rapidez, y prestando mucha atención a las piedras que van cayendo por todos lados...
Tras cruzar el valle, este se remonta por la parte izquierda del glaciar según se sube hasta encontrar el C1 (5.100 m).
Al llegar al C1, el mal tiempo se hizo más que patente y empezó a nevar.
Pero no había sitio en este campo (y ya lo sabíamos), por lo que seguimos hasta el C1 avanzado, 200 metros de desnivel más arriba.
Por fin llegamos al C1 avanzado, donde montamos nuestras tiendas, tras un duro ascenso de 1.000 metros de desnivel con mochilas muy pesadas.
Al día siguiente salimos temprano hacia el C2 (5.800 m), el cual se haya en una pequeña repisa de nieve bajo unas paredes de roca.
Llegados a un punto intermedio, la huella se divide en dos caminos. Uno más largo, que rodea un enorme grieta y sube al C2 bajo los paredones de roca y otra más directa que cruza la grieta y asciende una rampa de hielo glaciar equipada con cuerda fija. Cuando preguntamos en el base, nos dijeron que no hacía falta arnés, ni cacharros, ni nada (y es cierto que por ahora lo estábamos subiendo así, pero es más que aconsejable...), por lo que cuando nos dirigíamos a la grieta, un grupo de alpinistas nos dijeron que ni se nos ocurriera sin arnés, yumar y demás. Yo insistí a mi grupo que siguiéramos por ese camino, pero ellos prefirieron tomar el camino más largo.
Y menudo error.
Seguimos el ascenso hacia las paredes de roca.
debajo de la penúltima peña de la derecha se encuentra el pequeño C2)
Y bajo estas, la huella era más que peligrosa. Sin cesar (y sin cesar significa sin cesar), avalanchas de roca caían por todos lados. Y no unas pocas piedras; muchas. No nos quedó más remedio que recorrer más de trescientos metros parando cada poco, cruzando de uno en uno mientras el resto de grupo observaba las rocas que caían para gritar “back”, si el que cruzaba tenía piedras que caían por detrás de él, “front”, si las tenía delante, por lo que tendría que detenerse, o “down!!!” si debía sentarse en el suelo de espaldas a la pared de roca, cubrirse con la mochila, anclarse bien con el piolet y esperar los impactos... Fueron momentos muy tensos en lo que además, una avalancha de nieve producida por la rotura de un serac empezó a caer encima de nosotros, que salimos todo lo rápido que se puede salir corriendo por una huella en travesía en la que sólo cabe el ancho de una bota... Pero poco a poco, todo se hace. Ya vamos dejando abajo la huella de ascenso.
Hasta llegar al C2 (5.800 m), desde el que se tienen unas vistas espectaculares...
Tras pasar la noche, al día siguiente nos preparamos para subir al C3 (6.300 m), el que sería ya el último campo antes de atacar la cumbre. En este tramo se cruzan muchas grietas con puentes de nieve realmente pequeños...
La pendiente se acentúa llegando a un pequeño collado que nos dejará en la gran arista que asciende a la cumbre.
Pero al fin alcanzamos el collado (6.100 m) y nos dirigimos hacia un resalte de roca equipado con cuerda fija, que lo superamos escalando a pulso. En estos momentos sí se echaba en falta el yumar, o al menos una cinta con la que asegurarte a la cuerda...
A partir de aquí, seguimos escalando la dura arista hasta el C3.
Hasta llegar al C3 (6.300 m).
El Comunismo.
Atardece...
Tras tomar una suculenta cena (mis compañeros no tenían mucha hambre, a diferencia de mí, que arramblé con todo lo que había; buena señal) y dormir bastante bien, sin madrugar nada, salimos a cumbre a eso de las seis de la mañana.
Mientras íbamos subiendo, se empezaron a formar nubes que no se apartarían de la cumbre en todo el ascenso... Eso me desmotivó un poco, la verdad, pues no íbamos a ver nada desde arriba.
Pero no queda más que subir y subir, ganándole metro a metro a aquella enrome arista. Esta tiene tres torres de nieve/hielo que hay que superar, y que no nos harán ninguna gracia en el descenso...
Nos metemos en la nube...
A partir de este punto, a unos 6.800 metros, el ascenso se hizo muy pesado, avanzando en la niebla sin ver nada y muy desmotivados. La idea de haber empleado tanto esfuerzo para ahora llegar a la cumbre y no poder ver nada era realmente abrumadora. En ese momento, empecé a subir a mi ritmo, más fuerte que el de mis compañeros, y me distancié de ellos. Quería llegar a cumbre, tomar unas fotos de absurdo rigor en mitad de aquella densa niebla y bajar de una vez.
Miré mi reloj, que ya marcaba más de 7.000 metros, y seguí decidido hacia arriba. Me encontraba escalando una última travesía en mixto antes de llegar a la cumbre cuando, de repente y ante mi asombro, la nube que había estado toda la mañana ocultando la cima empezó a esfumarse...
En ese momento apreté todo lo que pude el ritmo, y con enorme ilusión recorrí los últimos metros que me distaban de la cumbre, con la intención de fotografiar lo que pudiera antes de la que las nubes volvieran a envolverlo todo. Y así, paso a paso, alcancé los 7.105 metros de la cima del Korjenevskaya, teniendo por delante, mientras mis compañeros llegaban, un buen rato en el que disfrutar esta magnífica cumbre para mí solo... Los que habéis estado en montañones como estos sabéis que es muy difícil expresar con palabras las sensaciones que experimentas en este tipo de cumbres, así que no intentaré una vana descripción y dejaré que sean las imágenes quienes hablen...
Al fondo, el Pico Lenin (7.134 m)
El Pico Comunismo (7.495 m)
Subieron conmigo los amigos de Sherpa.
Y por supuesto, el diablillo del foro montañero ondeó en la cumbre del Korjenevskaya. 7.105 metrazos para todos, salaos.
Estaba contento. Habían pasado 12 días desde que había llegado al CB, doce días en los que había conseguido llegar hasta cumbre de mi primer sietemil, habiendo escalando además el Voroviev (5.691 m) y el Chetyrekh (6.300 m), y me sentía muy fuerte...
El tiempo era bueno, y aunque hacía viento, el frío era más que soportable. Estuve más de 30 minutos en cumbre... Pero todo lo bueno acaba y había que pensar en comenzar el descenso, pues todo hacía presagiar que sería largo y duro. Unas últimas fotos, y emprendimos el camino hacia al C3.
Fue un descenso muy arriesgado y duro, debido al pésimo estado de la nieve. Mucha nieve y poco consistente, en la que cada paso había que asegurarlo mucho, pues se iba muchas veces... Una de ellas, descendiendo uno de los gendarmes de nieve, el pie se me fue totalmente y comencé a caer por la arista, en la que rápidamente comencé a intentar detenerme con el piolet. Pero al estar en la zona de la huella, con escalones en aquella nieve blanda, no conseguí nada y no fue hasta que salí de la huella y en el mismo límite de la arista, rozando ya la caída de muchos centenares de metros hacia uno de los glaciares del Korjenevskaya, donde conseguí pararme. Me quedé tendido en la nieve, con el corazón latiendo a muchísimas pulsaciones por minuto, y la respiración muy acelerada. Había estado cerca, pero todo había salido bien. Lo único positivo de todo es que el manejo de la autodetección con piolet lo tengo bastante bien dominado, algo básico para cualquier alpinista que se decida a meterse en montañones como estos. A partir de aquí, fui asegurando cada paso con mucha decisión, generando mucho desgaste hasta llegar al C3...
Al llegar al C3 (6.300 m), comimos un poco, recogimos las tiendas, y bajamos a dormir al C2 (5.800 m).
Al día siguiente nos levantamos temprano, recogimos todo el material, y emprendimos el descenso que nos llevaría, al fin, a la seguridad del CB...
Al fin podíamos descansar tranquilos, pues ahora sí, todo estaba hecho... Yo había bajado muy fuerte y perfectamente aclimatado, por lo que al día siguiente empecé a buscar un grupo con el que subir al Comunismo, pues mis compañeros rumanos no lo iban a intentar, al menos por aquellos días. Pero al día siguiente no salió ningún grupo. Busqué al día posterior pero tampoco subió nadie, y para colmo el tiempo estaba aquellos días intratable... Así, me quedaban 5 días para coger mi vuelo de helicóptero, y es muy difícil o casi imposible subir y bajar del Comunismo en ese tiempo. Al menos lo es para mí. Un búlgaro y un ruso, los dos alpinistas más fuertes del CB, llevaban ya 11 días en la montaña sin haber podido hacer siquiera el intento a cumbre. Nada hacía suponer que yo fuera a hacerlo en 5 días, y además solo, cargando con todo el peso de tienda, combustible y material, y cruzando el temible mar de grietas que es el plató del Comunismo.
A veces hay que saber renunciar cuando las cosas no pueden salir bien. Me habían robado 4 días previos a la subida al campo base, y además estaba solo, sin compañeros de expedición. Así que, a pesar de estar muy fuerte y decidido, me volví de esta expedición con cierto sabor agridulce, pues aunque conseguí tres de las cuatro cumbres que quería escalar, el Comunismo, principal objetivo, había quedado sin siquiera un intento.
Pero no hay que pensar en eso. Me contento con todos los buenos momentos que me ha dado esta expedición, todos los conocimientos adquiridos y las enormes sensaciones experimentadas en la cima de Korjenevskaya (7.105 m), lo que se ha convertido hasta la fecha, en mi primer sietemil.
De los demás problemas que hubo (algunos muy serios; para los gobernantes tayikos, la vida humana vale menos que el dinero) no hablaré aquí. Tal vez lo haga en persona, cuando nos encontremos por montañas más cercanas. Tan sólo avisaros, a los que podáis tener pensado ir, que es muy posible que tengáis demasiados contratiempos, aunque el sitio, que además sólo se abre mes y medio al año, es realmente espectacular. Sin duda, todo un privilegio el haber estado allí y escalado uno de los cinco sietemiles del Pamir/Tien Shan.
Espero que os haya gustado.
Un saludo a todos.