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Última actualización: 25/04/2024 a las 18:35:40 (CET)

El 15% de los atrapados en un alud acaban falleciendo

El 15% de los atrapados en un alud acaban falleciendo
Los vaivenes del tiempo y el auge del esquí elevan la cifra de aludes mortales. Las capas de nieve son más inestables este invierno por los cambios bruscos de temperatura. Los accidentes han aumentado en el Pirineo por la mayor presencia de aficionados fuera de pistas.
Ni los más expertos son capaces de predecir dónde y cuándo ocurrirá. De momento, este invierno, el balance es negro: ha habido 14 accidentes, con nueve personas muertas y ocho heridas, algunas de ellas graves. No, no hablamos otra vez del tráfico. En esta ocasión, la causa son los aludes y el lugar, las amplias extensiones no señalizadas de los Pirineos español, andorrano y francés. El año pasado, la cordillera registró también 14 siniestros, pero las víctimas mortales fueron solo seis.

La popularización del esquí (y también de algunas actividades deportivas que se practican fuera de las estaciones (como la escalada en hielo y el senderismo con raquetas) ha hecho que en los últimos años la presencia de aficionados en la montaña en invierno se haya intensificado considerablemente. Y eso se ha traducido, advierten los expertos, en un aumento importante de las probabilidades de desencadenamiento accidental de aludes.

La ecuación es simple: «A más gente, mayor es el riesgo de que haya aludes. Y, a más riesgo, es evidente que puede haber más situaciones con personas atrapadas», resume Joan Borràs, sargento de la unidad técnica de los Grups de Recolzament d’Actuacions Especials (GRAE) de los bomberos de la Generalitat.

Efectivamente, corrobora un portavoz del Institut Geològic de Catalunya (IGC), «en los últimos 10 años, el número de aludes causados por el paso de una persona ha aumentado porque hay más actividad en la montaña, en particular fuera de las pistas de esquí». Son los denominados aludes de placa, que suelen producirse en las épocas más frías, especialmente después de que la acción del viento haya removido la nieve. Eso causa discontinuidades en el manto nival y da lugar a unas placas (donde la capa superior parece de nieve estable, pero la inferior tiene poca cohesión), que se resquebrajan en cuanto una persona (o un animal) pasa por encima de ellas.

Riesgo constante «El 80% de los accidentes en que se ven implicados esquiadores o excursionistas son por aludes de placa», indica Jordi Gavaldà, nivólogo del Conselh Generau d’Aran. Eso no significa, aclara Gavaldà, que estas avalanchas sean las más habituales en el Pirineo. «Los más frecuentes son los aludes de fusión, que se producen de forma espontánea en primavera, cuando la nieve empieza a derretirse por el calor o las lluvias», concreta.

En un tercer grupo se encuentran los conocidos como aludes de nieve reciente, que se desencadenan por la sobrecarga que la nieve nueva ejerce sobre las capas inferiores. Técnicos catalanes llevan tiempo estudiando el comportamiento de las avalanchas para prevenir y mitigar los riesgos en alta montaña y también su impacto sobre los valles, cada vez más urbanizados.

Sea como fuere, avisa el portavoz del IGC, hay que ser conscientes de que en la montaña «el riesgo es constante». Y este invierno, las condiciones meteorológicas no es que hayan precisamente acompañado.

Inestabilidad
Desde el pasado diciembre, cuando la nieve empezó a cuajar en el Pirineo, las semanas de calor inusitado se han alternado con las de frío extremo. «Estas intermitencias meteorológicas son las que hacen que la nieve sea más inestable», indica el GRAE Joan Borràs. Y esta temporada, a diferencia de la pasada, en que prácticamente cada dos semanas se renovaba la capa de nieve fresca, «ha nevado mal, al menos en lo que a avalanchas se refiere», concluye el bombero.

Solo la última semana se han contabilizado en el Pirineo dos accidentes mortales, según informaciones recogidas por la Associació per al Coneixement de la Neu i les Allaus (ACNA). El último, el pasado miércoles, se produjo en el Pic du Midi, en el departamento francés de los Hautes-Pyrénées, donde falleció un joven snowboarder. Apenas 24 horas antes, había muerto un esquiador catalán mientras descendía por la Coma Ransol, en Andorra. El siniestro más grave del invierno se vivió el 9 de enero en el paraje de La Collarada, cerca de Villanúa (Huesca), cuando tres excursionistas navarros quedaron sepultados por una avalancha. «Lamentablemente, estamos ya por encima de la media», observa Jordi Gavaldà.

Dentro de la media
En Catalunya, el saldo no es, por el momento, tan alarmante como en otras áreas de la cordillera, manifiesta Glòria Martí, técnica del IGC. El organismo, dependiente de la Generalitat, ha elaborado un inventario sobre los aludes ocurridos en Catalunya desde la temporada 1986-1987. «La media es de dos muertos al año», indica Martí. Esta temporada, ha habido una avalancha mortal, el 3 de febrero, en el Vall de Boí, que arrastró a dos escaladores.

Entre 1986 y el 2003, en el Pirineo de Lleida y de Girona se registraron 24 víctimas mortales; 28 personas resultaron heridas y otras 104 personas salieron ilesas tras recibir el impacto del alud. Eso significa, según los datos recabados por el ICG, que un 15% de las personas atrapadas por un alud acaban perdiendo la vida, que un 18% sufren heridas de distinta consideración (paraplejias, etc...) y que las restantes salen ilesas del percance.

Gráfico de la formación de Aludes

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