Gracias a la última nevada antes de este puente, por fin han abierto las pistas. Tomar la decisión ha sido fácil. Que todo fuera rodado es otro cantar… seis horas en coche hasta el pirineo, después de cerrar deprisa todo lo posible en el trabajo y recoger a los niños en el cole, es un largo viaje.
Cenar una hamburguesa de plástico a medio camino con los niños medio dormidos, llegar de noche muy tarde, entrar en la habitación del hotel y tener que abrir todas las ventanas pues la calefacción es insoportable y no hay quien duerma. Poner a los niños a dormir y no poder dormir por estar planeando todo lo de mañana.
Madrugar mucho, despertar a los niños, ¡de prisa! ¡de prisa! bajar al bar, pelearse con otros esquiadores en el bufet del desayuno, subir de nuevo, acabar de vestirse, tener esperar al tercer turno del ascensor, ir a recoger el equipo, arrastrar a los niños, llegar a la primera cola de taquilla, gestionar los forfaits, llegar al punto de encuentro con el monitor, esperar a que los niños se vayan con el profesional y verlos irse llorando... ya son las nueve y media.
Ir a ponerse las botas al coche, coger los esquís, el casco, los guantes, los palos, las gafas, no olvidarte nada y darte cuenta que después de un año te cuesta ponerte las botas. Sacar los papeles arrugados de periodico puestos en las punteras al final de la anterior temporada... recomponerse de la vergüenza y llegar al telesilla. Ya son las diez... ver como tu mujer se va por la cola de profesionales tres horas con el monitor más guapo de la escuela y tener la mosca detrás de la oreja...
Esperar pacientemente en la lenta cola, encontrarte a quien no deseas ver y poner buena cara, rayar los esquises y engancharte el anorak al subir en la silla...
Por fin, cuando todo está en orden logísticamente, has hecho solo dos bajadas y la nieve ya está papa y entonces tienes que seguir al amigo figura que te mete por sitios que solo sufres, pero… cuando dan las tres y decides parar de esquiar, llegas a ese bar alpino de pistas, te quitas los esquís, desabrochas las botas, sientes la sangre circular de nuevo y te sientas con el sol de montaña en la cara y tienes en tu mano la primera cerveza helada… eso y solo eso da sentido al resto.
Gracias @jorgearevalographic por esta magnífica historia.
Asi de bien dibuja Jorge Arévalo