Pensar
Cuando tenemos una habilidad bien consolidada no necesitamos pensar en ella porque la llevamos a cabo de forma automática. Por eso se oye a menudo que, para hacer deporte, no hay que pensar. Eso no es cierto. Para aprender deportes hay que pensar y, para mejorar el rendimiento o practicar más allá de nuestra zona cómoda habitual, también hay que pensar. Asimismo, hay que pensar para desarrollar tácticas o estrategias, para salvar imprevistos o adaptarnos a cualquier entorno cambiante. Para reconocer esos focos relevantes de los que hemos hablado hace un par de capítulos, hay que pensar, discernir y seleccionar los que nos ayudan y los que no, durante muchos ensayos y muchos errores. El famoso “no pensar” solo sobrevendrá cuando hayamos automatizado esos gestos o esas habilidades mentales tras muchas horas de práctica continuada.
Sabemos que existe un diálogo interno que no se puede desconectar y, cuando practicamos, nos asalta continuamente ese "autoinforme" que puede ser positivo y ayudarnos, o todo lo contrario. La cuestión es cómo dirigir el pensamiento para que no interfiera con lo que hacemos y, al contrario, facilite la práctica. ¿Cómo elegimos pensamientos idóneos? En el deporte, consciente o inconscientemente, nos enviamos mensajes continuamente para hacer ésto o aquello. Estos mensajes - de pie, clava el bastón, dobla el tobillo...- "disparan" como un gatillo las tareas que sugieren. Algunos los llaman auto instrucciones; otros, desencadenantes atencionales. Esas instrucciones, si están bien diseñadas, nos harán desviar la atención hacia los focos relevantes de los que ya hemos hablado y, esos focos de atención, como sabemos, favorecerán la concentración y la ejecución fluida de gestos complejos. Pero ¿es buena cualquier auto instrucción?
Un mensaje como “no te sientes” parece muy concreto y sencillo, pero es negativo y no describe lo que realmente tenemos que realizar. Ello, como sabe cualquier psicólogo, por el fenómeno de la "consecución de expectativas" nos hace correr el riesgo de llevar a cabo justo el gesto que queremos evitar, pero que tenemos presentes en la mente: sentarse. El pensamiento contrario, “de pie”, significa prácticamente lo mismo que “no te sientes”, pero está expresado de forma positiva y describe exacta y eficazmente lo que “sí” tenemos que hacer. Nos ordena con simplicidad semántica y evocación cinestésica el efecto global de un movimiento que reconocemos perfectamente: “de pie”. La solución a cómo pensar es, pues, simple: darnos instrucciones concretas, sencillas, positivas y que describan gráficamente la tarea que queremos llevar a cabo; el foco al que queremos atender en un momento dado.
Ello nos permitirá utilizar mejor las habilidades de concentración y atención de las que hemos hablado y sobre las que volveremos luego, pero, también, el hábito de pensar en cosas concretas que verdaderamente funcionan -y contrastar realmente su utilidad- puede darnos una toma de conciencia práctica, asertiva y objetiva, con un diálogo interno, mientras esquiamos, desprovisto de ruido disruptor. Para ser eficientes en el deporte, o en el esquí, necesitamos atender a este tipo de reglas sencillas que, sin duda, pueden transferirse a cualquier otra actividad. En un par de capítulos trataremos de nuevo el asunto del diálogo interno -nada nuevo, por cierto, de lo que ya hablaba en el siglo XIX el famoso psicólogo hermano del escritor Henry James- pero, antes, vamos a reflexionar sobre otros factores relacionados con esos estados y esas habilidades mentales que favorecen la fluencia.
¡Buenas huellas!
Carolo, diciembre de 2018