Se oye mucho últimamente sobre que la juventud lo tiene muy mal y tal y cual. Que si hay que emigrar y que eso es malo y cosas así. En fin, cada uno lo ve a su manera. Yo tengo siete sobrinos entre los diecisiete y los veinticinco años, y si tuviera que hablar sobre esto con ellos les diría algo así como que, primero, abran un libro viejo, busquen en internet o vean documentales sobre lo que es la historia de la humanidad y luego saquen sus propias conclusiones.
Les diría como a cualquier deportista: que se fijen bien antes de hacerse una opinión apresurada y que, visiones personales y opiniones generales aparte, lo más práctico va a ser siempre como dice el marinero, juas, antes de malgastar tiempo en lamentaciones, no perder de vista la veleta y ajustar las velas. Igual hasta les soltaría esa frase que he leído últimamente en el “feisbuc”, que viene a decir más o menos: el que de verdad quiere algo encuentra el camino; el que no, encuentra una excusa.
Y metidos en faena, les diría que si deciden emigrar que sean humildes. Que ni de coña hagan caso de ese mantra narcisista que repite tanto la prensa, de que somos la leche y vamos a dar fuera lo que debiéramos aportar aquí. Desde luego que uno aporta cosas a la sociedad, de eso no hay duda, pero creerse que lo que uno da es más de lo que recibe, aparte de soberbio que te cagas, es no haberse enterado bien de que tan importante en una sociedad es - sin distinción de inteligencia ni capacidad de ningún tipo - el panadero, que el transportista o que el médico; y que ni diez Einsteins juntos serían capaces de mover figuradamente un dedo sin todo el complejísimo entramado de la comunidad que hay detrás, arropándolos, haciendo cada uno con modestia su trabajo desde hace siglos. Por principio, quien te acoge siempre te va a aportar más de lo que tú le des. De tan obvio choca tener que explicarlo.
La humildad, además, os permitirá ver más y mejor que la arrogancia; aprenderéis más rápido, os quitaréis prejuicios, descubriréis algunas engañifas que os habrán colado sobre los guiris y os sorprenderá la manera deformada en que solemos ver lo que desconocemos. Os descubriréis quizás afrontando problemas y llevando a cabo cosas duras que jamás haríais en vuestra propia casa y, en fin, al cabo de un tiempo habréis llegado a conoceros mejor de lo que quizás conseguiríais en toda una vida en la seguridad de la casa familiar. Y, atención; nada o casi nada de esto se consigue viajando como estudiante o de turista, cuya posición de espectador de paso no da la impagable perspectiva de ser un trabajador solo, un emigrante buscándose la vida, en un país extraño.
En fin; les diría que para consejos están sus padres y que yo no soy ejemplo de mucho ni experto en casi nada; pero de emigrar sé lo suficiente y, creo, es algo obligado en la formación profesional y humana de todo el que tenga ganas de explorar al máximo su potencial. Y, por todo eso mismo que digo arriba y por más cosas que ahora no vienen a cuento, quizás lo bueno fuera que cuantos más os marcháseis mejor; que igual, vete a saber, los que volváis con menos prejuicios y menos tonterías, con una visión más serena y más rica seréis los que de verdad podréis aportar más cosas nuevas a esta sociedad nuestra, a veces tan cicatera, tan corta de miras y tan aficionada a seguir cayendo generación tras generación en los mismos errores. Lo dicho, abrid un libro del siglo XVII o del XIX, mirad en internet, echadle valor para conseguir lo que queréis asumiendo que no va a ser fácil y, luego, sacad vuestras propias conclusiones sobre si merece o no merece la pena.
¡Mucha suerte y, por supuesto, juas, muy buenas huellas!
Carolo © 2013