El cliché conocido por todos dice que no somos buenos trabajadores de equipo y que pecamos de un exceso de individualismo, a veces rayando en el conflicto o directamente provocando enfrentamientos estériles. A pesar de ello el esquí en España no ha dejado de evolucionar desde su nacimiento y, comparado con otros deportes u otros países similares, nuestra industria se presenta aceptablemente adelantada: títulos profesionales reconocidos, atletas de nivel razonable en varias disciplinas, fabricantes de calidad, estaciones relevantes ¡Y hasta una de las web de esquí con mayor tráfico del mundo!... No obstante ¿Podría estar mejor?
El diagnóstico es complejo, pero me voy a permitir poner un ejemplo que me parece significativo para este análisis. Cuando hace años apadriné la presentación del libro de Robert Puente, mucha gente me preguntaba extrañada qué me movía a ayudar a “la competencia”. Para mi mentalidad poco celtíbera la respuesta era súper obvia. Primero decir que la gente no tiene sólo un libro en su estantería, luego el que comprase el de Robert seguramente se animaría a adquirir tarde o temprano alguno mío. En segundo lugar el concepto del corporativismo unido al del bien común: lo que es bueno para la profesión, de un modo u otro es bueno para uno. Finalmente el más difícil de entender para muchos, el del sentido de la transcendencia: cuando uno hace cosas positivas por los demás, experimenta la felicidad rasa y sencilla de sentirse útil. Ayudar, pues, es una simple cuestión práctica – incluso egoísta - en la que uno es también uno de los principales beneficiados.
Aunque me haya puesto de ejemplo, juas, no soy ningún modelo de virtud y he cometido, supongo que como todos, los mismos pecados que, en mi opinión personal y humilde, son la causa de algunos de los problemas de nuestra sociedad en general, y en la industria del esquí en particular: el desconocimiento del concepto del bien común, generado entre otras razones por un problema muy arraigado de desconfianza, un sentimiento de autosuficiencia muy desarrollado que va desde la inocente picaresca a la soberbia empresarial o institucional y, finalmente, sobrevolando por encima de todo esto, la falta de autocrítica y la existencia de infinidad de artimañas mentales para evitar mirarnos al espejo y aceptar nuestros errores, viendo sólo los que cometen los demás.
Hablando en plata, la reacción normal que se hubiera esperado de mí ante la aparición de un nuevo libro era la desconfianza y el recelo, haber intentado ignorar, ocultar o desprestigiar al producto competidor a pesar de reconocer interiormente su utilidad para los demás y, finalmente, jamás reconocer que podía estar teniendo una actitud improductiva para mí, para el resto de la profesión y para todos nuestros clientes que, incluso, se podía considerar una falta de profesionalidad al ningunear a un compañero. Si miramos a nuestro alrededor, veremos estas actitudes lamentables, constantemente y a todos los niveles, en nuestra industria del esquí.
Afortunadamente los tiempos cambian y la globalización de los medios de comunicación nos permite ver fácilmente cómo trabajan otros y por qué medios alcanzan el éxito que igual nos gustaría conseguir. Ante la situación de crisis generalizada los comportamientos poco profesionales se empiezan a pagar caros y, por otra parte, la carencia de recursos obliga a la cooperación con actores que igual hasta hacía poco se consideraban enemigos irreconciliables. Estoy seguro de que con un mínimo esfuerzo podremos ir superando estas lacras que tienen una influencia tan negativa sobre nuestra convivencia y, por supuesto, junto con los factores coyunturales que se suelen citar (las finanzas internacionales, la recesión, etc.) influyen poderosamente sobre nuestra falta de competitividad. Imaginemos estaciones poniéndose de acuerdo con los pueblos y los locales para decidir sus políticas, estrategias empresariales de patrocinio gestionadas profesionalmente, escuelas y centros de formación compartiendo recursos o alumnos o hermanadas frente al poder de la Administración, asociaciones de empresarios organizándose a modo de centrales de compras… en fin, infinidad de iniciativas que pueden observarse en otras sociedades no tan alejadas de la nuestra y que aquí, en toda España, lejos de ser una norma son una rara excepción.
Podemos empezar hoy mismo por cambiar esas pequeñas cosas sobre nuestra forma de ser que están en nuestra mano. Muchos pueblos con menos recursos, menos cultura y menos suerte que el nuestro las tienen mejor superadas; saben confiar, trabajar en equipo, renunciar a un poco de sus intereses particulares en beneficio del interés común porque saben que lo que es bueno para la sociedad repercute de un modo u otro en su bienestar individual y, finalmente, consideran la crítica, en vez de un ataque, como una oportunidad de reflexionar y de mejorar.
¡Buenas huellas!
Carolo © 2011